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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

El segundo puesto

Acaba de fallecer Santiago Pérez Obregón, y sin pretenderlo ha logrado una victoria épica, como la última del Cid Campeador: todos han lamentado su pérdida y le han despedido con innumerables muestras de cariño. Todos, y ese es el mérito, porque en muy pocas ocasiones quien se atreve a dar el salto a la política acaba despertando simpatías –o siquiera recibiendo el más mínimo respeto– por parte del otro bando.

No tuve ocasión de conocerle personalmente, pero como era un habitual de los actos culturales, a ambos lados de la tribuna, coincidimos en muchísimas ocasiones. Más allá de sus posiciones ideológicas, siempre me maravilló esa capacidad para moverse como pez en el agua en las aguas revueltas de las audiencias conservadoras; su mérito, un secreto a patentar, es cómo consiguió que se obviase, o incluso le perdonaran, su pasado ‘rojo’.

Probablemente, tenga mucho que ver con el hecho de que no ganara. La derrota, o si preferimos llamarlo así, el segundo puesto, despierta empatía; tanta o más que la victoria, con la ventaja de que a nadie le genera envidia. Sobre todo, si la lucha se produce entre David y Goliat, y el gigante en este caso se llama Juan Hormaechea. Con el valedor de Sultán pasaba como con todos los monstruos de la política local ochentera, como Gabino en Oviedo o Morano en León: nadie les votaba, pero al final siempre ganaban. Misterios insondables de la política, en un país donde no decimos la verdad ni al médico. Salvando las distancias, es el caso de un Revilla mucho más valorado por los forasteros que por sus administrados, pero que año tras año se lleva el gato al agua. Aunque luego, ni en público ni en privado, casi nadie admita haberle entregado su voto. Es el sino de los ganadores.

Pero ese segundo puesto, el premio de consolación, la medalla de chocolate, la mención de honor del jurado y la victoria moral no te granjean enemigos sino simpatizantes. Le ocurrió también a Manolo Arce, que se atrevió a disputarle la alcaldía a otro Manuel, Huerta, con las siglas del PSOE, y lo único que se llevó fue la amistad inquebrantable de su oponente, que no sólo fue su alcalde sino además prácticamente su médico de cabecera. Más sangrante era lo que le ocurría al Julio Anguita de sus buenos tiempos, cuando era el líder mejor valorado… por todos aquellos que jamás hubieran votado a su partido. Sin embargo, de puertas adentro, volaban los cuchillos.

Por supuesto que son casos aislados, los de aquellos que acatan el segundo puesto sin lamentaciones, sin protestar al árbitro, sin armar la revolución. Personas tocadas con un especial carisma, hasta el punto de trascender es frontera infranqueable de la trinchera política. Ojalá hubiera muchos más Pérez Obregón y Arces. Pero, sobre todo, ojalá ganasen alguna vez, y no solamente amigos.

 

Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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