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Guillermo Balbona

Fuera de campo

Descarrilar tres veces

15:17 Tren a París 

2018 94 min. EE UU Dirección: Clint Eastwood.
Guion: Dorothy Blyskal. Música: Christian Jacob.
Fotografía: Tom Stern. Reparto: Spencer Stone,  Anthony Sadler,  Alek Skarlatos, Judy Greer, Jenna Fischer.
Salas: Cinesa y Peñacastillo.

Lo mejor que puede decirse de este trayecto a ninguna parte es que el viaje dura poco, aunque se haga pesado. Lo peor, que el maestro Clint Eastwood es invisible, se ha desvanecido o, simplemente no ha comparecido. ‘15:17 Tren a París’ es una película innecesaria, superflua y banal. ¿Qué aporta en una filmografía casi impoluta, colosal en ocasiones y sembrada por varias obras maestras de uno de los constructores del gran cine americano de las últimas décadas? Absolutamente nada. Más allá de un sentido patriótico del deber (lo suyo hubiera sido un documental de encargo) y de reiterar por activa y por pasiva el elogio del héroe anónimo demasiado consciente de ello, la película estructurada en tres partes carece de vigor, se diluye en su falta de fe en sí misma y la intensidad, fuerza, claridad y solidez que integran habitualmente el cine del director de ‘Sin perdón’ no tienen aquí ninguna adherencia. Es evidente que a sus 88 años Eastwood hace y puede hacer el cine que le da la gana, pero a excepción del bache de ‘Jersey Boys’, su última etapa tan prolífica como desigual no había caído en tal tono de desorientación como en este triple descarrilamiento. Situaciones ridículas, diálogos insustanciales y una construcción que provoca extrañeza y distancia salpican este retrato de tres jóvenes americanos, envueltos en un clima religioso y de querencia por el ejército y la guerra, a los que perfila a través de la infancia, su visita a Europa y su intervención heroica frente al ataque terrorista que hace tres años se produjo a bordo de un tren Thalys. Como en su anterior título, ‘Sully’ –aunque  éste sí poesía energía, lenguaje directo e inteligencia en el montaje–, el destino, el azar, los héroes anómimos tras vidas anodinas, atraviesan la esencia de la trama. Pero en este pasaje todo está vacío, carente de sentido, incluso, y sujeto a un traqueteo narrativo como si la catenaria del talento se hubiera quedado sin chispazos y alumbramientos. Un filme fallido, superficial, sin fe ni hondura. En la primera, la más larga, la silueta es una vuelta de tuerca sobre Dios, la bandera y la patria tan aburrida como gris y trivial. Con discutibles saltos en el tiempo y algún flashforward relámpago de lo que sucederá en el tren, la cinta se traslada a Europa en la parte del metraje más ridícula y trivial. Una sucesión de postalistas que provocan sonrojo por paletas. Eastwood contrató a los héroes reales de esta historia para que se interpretaran a sí mismos. Una decisión que parece responder más a un capricho que a un meditado factor narrativo. Si algo se le puede achacar a  ‘15:17 Tren a París’ es precisamente la ausencia de aquello que imana del clasicismo y rigor del director y que se traduce ahora en falta de autenticidad. Ni verosimilitud ni coraje. Eastwood sólo asoma en los escasos minutos del ataque, desaprovechados y enmarcados por un preludio sin estilo. Convencional y simple. Hay desastre, que no fascinación. Y el supuesto realismo riguroso no es más que una obra plana, una mancha que no oculta un mar inmenso de talento. Si el tren pasa de largo, no se preocupen.

Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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