Un hombre de altura
Francia. 2016. 98 m. (7). Comedia.
Director: Laurent Tirard.
Intérpretes: Jean Dujardin, Virginie Efira, Cédric Kahn, César Domboy, Myriam Tekaïa, Eléa Clair.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
El saber no ocupa lugar, ¿O sí?. El tamaño importa. ¿O no?. Esta comedia que mengua y crece en la medida en que su idea de base funciona o resulta cansina, es un remake fiel que tiene su punto de corrección en el trabajo de la pareja protagonista. ‘Un hombre de altura’ discurre bajita y a veces pierde la comicidad y el conflicto original que sustenta su razón de ser. La comedia romántica, fruto de una cita a ciegas, busca el encanto en el rechazo y la seducción a través de su elogio y afirmación de la diferencia, aunque al cineasta de ‘Astérix y Obélix , al servicio de su majestad’, Laurent Tirard, le tiemble el pulso y caiga en la reiteración y en la insistencia en los epítetos del amor que vulgarizan y narcotizan la comedia. Como sucedió con el remake honesto pero innecesario que afrontó Hollywood de la maravillosa ‘El secreto de sus ojos’, ahora es el cine francés el que vuelve la mirada sobre otro filme argentino: ‘Corazón de león’, de Marcos Carnevale, para perfumar, sin apartarse demasiado del original, con encanto pero subrayando en exceso la esencia que contiene la relación entre el arquitecto y la abogada. Jean Dujardin y Virginie Efira destilan simpatía y derrochan un achampanado vínculo que ayuda a que el efecto sorpresa y el hechizo no desaparezcan de la pantalla. ‘Un hombre de altura’ posee elegancia y aveces se sube a las calzas de cierta pose amanerada y afectada como simulando una alta comedia que no necesita. Afrancesada sí, dependiente de algunos tópicos también. Hay gags aislados y el apoyo digital empequeñece al actor pero el estado de gracia y la sutileza siguen estando a salvo: ese canto a la diferencia absolutamente necesario en estos tiempos en los que se busca la uniformidad en la banalidad. En cualquier caso es una comedia blanca, amable, sin desgarros ni dobleces, que da rienda suelta a la química entre actores, también los secundarios (pocos pero resolutivos) y en la que destaca la colosal actriz belga a la que le basta el magnetismo de su presencia para acaparar escenas y salvar situaciones que tiran de estereotipos redundantes como la secuencia del restaurante o la metáfora del avión. Lástima que más allá de la simpatía natural el filme no sea más valiente. Su descripción de la historia de amor reversible entre el hombre de éxito de apenas 1.30 de altura y la guapa abogada está afrontada desde el diseño (digital y publicitario) y no desde la radicalidad que hubiera supuesto apostar por una persona con discapacidad que hubiera supuesto una mayor verdad y una intensidad formal más militantes en su reivindicación social. Pero al director de ‘El pequeño Nicolás’ le interesa más precisamente la apariencia y el esteticismo para mantener la comedia en un plano discreto, sin violentar, y mirando hacia arriba o hacia abajo cuando convenga. El poso crítico y el pálpito del romance sin incómodas miradas.