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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

Citius, altius, fortius

Eso de volver a casa con una medalla olímpica tiene que molar mucho. Ser el mejor del mundo en algo, y encima que te suban a un cajón con el número uno y los telediarios canten tus alabanzas…

Aunque sea con un diploma, o con el mero orgullo de haber competido entre los mejores, tiene que resultar inolvidable que te den un paseo por tu ciudad en autobús descubierto y que en la plaza principal te reciban tus vecinos enfervorizados y hasta el alcalde como si fueras míster Marshall.

Lo que ya no debe de tener tanta gracia es que lleguen los de la ‘cáscara amarga’ y se quejen de que si se mezcla la política con el deporte o de que una vez hiciste un feo al Racing.

Y es que lo del politizar el deporte resulta un debate de lo más manido ya, en el que se da la paradoja de que todos estamos de acuerdo, excepto los políticos. Sean del partido que sean, si están en la oposición lo denuncian, escandalizados, pero una vez en el gobierno son incapaces de resistir la tentación.

Pero, ¿para qué perder el tiempo con lo que no tiene remedio? Visto que Mahoma no va a la montaña, la única solución que nos va a quedar sería ‘deportivizar’ la política. O, al menos, intentarlo.

Aunque nada de hacer unas olimpiadas del ‘trinque’ o las promesas electorales, no. Para empezar, podrían aplicarse aquella máxima de Pierre de Coubertain que aseguraba que «lo importante es participar», y no ganar. Porque mucho hablar del bien común y el servicio público, pero a la hora de la verdad lo que hay es una competencia feroz, una guerra sin cuartel por conseguir el sillón o el bastón de mando.

Tampoco estaría de más echarle algo de espíritu deportivo al asunto; a la hora de respetar al rival, a la hora de aceptar las derrotas –en lugar de culpar a los ciudadanos, que no saben votar– y hasta para asimilar las victorias, y no dejarse llevar por el triunfalismo y la sed de venganza. Apostar por el juego en equipo, por ejemplo, no nos vendría mal, porque no sólo se puede gobernar con mayorías absolutas.

Lo imprescindible, eso sí, sería fijar unas reglas de juego, iguales para todos, en lugar de favorecer siempre al pez grande. Fijarlas y, además, respetarlas. Juego limpio.

Aseguraba Eduardo Galeano que «uno puede cambiar de religión o de partido político, pero no de equipo de fútbol», aunque lo cierto es que en España de partido no cambia nadie, ni aunque vea con sus propios ojos a su candidato metiendo la mano en la caja o atropellando huerfanitos. Lo demuestra este bucle electoral en el que estamos metidos, y en el que, hagan lo que hagan ‘los nuestros’, seguimos votando con la fidelidad y el espíritu crítico de un hincha.

Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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