El fiambre de pavo se va imponiendo, sin hacer apenas ruido, a otros embutidos ‘hermanos’ como el jamón de york, la mortadela o el incomible chopped. Cada día tiene más presencia en los mostradores de los supermercados y en el interior de las neveras de las casas españolas. Su éxito está en que el pavo no engorda y también, no nos engañemos, en que cualquier cosa loncheada es fácil de comer, con pan y sin él.
La pechuga de este ave de corral, proyectil de cañón, o mejor dicho de horno, Navidad tras Navidad, posee una carne con muy poca grasa y exceso de proteínas. Recomendado por lo tanto para aquellos que quieren mantener la línea, que tienen el colesterol alto o que se apuntan a esa lógica de intentar comer sano.
Este producto se encuentra entre jamones, salchichones, chorizos y demás embutidos en cualquier tienda de alimentación, para ser loncheado al momento y llevarlo a casa. Y también envasado, en paquetes de distinto peso y precio.
Varios son los productos que la industria nos ofrece del pavo común para consumir al instante, aunque los más habituales son la pechuga, la mortadela y el salchichón.
Pero no todo lo que reluce es oro, ni plata ni pavo. La mayoría de este fiambre que encontramos en el súper tan sólo tiene entre un 50 y un 70 por ciento de carne del bicho de mirada triste y papada prominente. El resto se reparte entre aditivos, azúcar e, incluso, fécula de patata.
Los expertos en la materia, esperemos que prima, aconsejan mirar detenidamente el etiquetado del fiambre y comprobar su composición antes de pasar por caja, donde le cobrará una señorita correctamente uniformada. Además, recomiendan huir, sin volver la vista, de la mortadela, el chopped, el salchichón y el chorizo de pavo. Dicen que lo conveniente es dirigirse al charcutero y solicitar pechuga de pavo natural cocida. Oído cocina.