‘No todo vale en política’, se afean unos a otros los dirigentes de los partidos cuando arrecian las críticas, las descalificaciones personales y las malas artes en el fragor de la batalla, que por cierto siempre incrementa los decibelios y relaja los códigos éticos con la proximidad de las urnas. El caso de la dimisión forzada, el cese, de la directora general Inmaculada Valencia, materializado por el Consejo de Gobierno, es una prueba desmoralizante de que en política sí vale casi todo.
La salida estridente de la alto cargo, cuyo desempeño en la Administración regional ha tenido un reconocimiento general con los sucesivos Gobiernos de distinto color político, no tiene como fundamento principal su participación en el ‘caso Sogiese’, que todavía se está investigando a instancias del Parlamento. Se trata esencialmente de la tarifa que se cobra Ciudadanos por apoyar en la Cámara el acuerdo del Gobierno para que Guipúzcoa deposite sus residuos en el vertedero de Meruelo a cambio de 9 millones de euros.
La nueva política y la vieja han confluido en un apaño indecoroso, por decirlo suavemente, En el fondo y en la forma, por quienes reclamaron el cese y por quienes lo concedieron, en un asunto contaminado por un conflicto interno en la Consejería de Economía.
Inmaculada Valencia renunció al cargo después de que las elecciones autonómicas de mayo de 2015 dictaminaran el cambio político, pero el nuevo consejero de Economía, Juan José Sota, le pidió que se quedara un tiempo. Ahora se va, después de verse arrastrada por el fango, y es el mismo consejero quien ha propuesto formalmente su cese. Seguramente ha sido un trance desagradable para Sota y para otros dirigentes de la coalición PRC/PSOE, pero la disciplina, la política, ha podido más.